
¡Coño, pana; de verga que me arreché!
Eso fue como a la semana después de haber llegado. Llegué haciendo hueco desde el primer día. Raticio ya me había dicho:
-"Por allí anda un perro Gran Danés al que llaman Bravo. Mucho cuidao. El bicho tiene fama de atemorizar a todo el mundo en esta casa. Ni los amo se le acercan de noche".
La cueva maestra la comencé desde la cloaca principal. Atravesé el corral, dejé una cueva medio abierta cerca de la cocina (mi futuro acceso a ella) y seguí hasta el otro extremo de la casa, donde estaba un hermoso portón: piso de cemento antiguo (con dibujos tallados a cincel), paredes de adobe y lo mejor de todo...¡UNA ESPACIOSA CLOACA LLEGANDO YA A LA PUERTA DE ENFRENTE! Allí llegué.
Cuando ya había llegado al patio central (casa colonial al fin), encontré un patio bello: flores de azahar, matas de adelfa y de llantén, una mata de mango con raíces que cubrían todo el patio y la entrada a la cloaca. Lo que me facilitaba el trabajo: no hacer la cueva por debajo y no estropear una raíz del grandioso árbol. sino que, de una vez vivir dentro del cuadrado, hediondo y mohoso pero hermoso nicho...
Todo iba bien. Hasta que, precisamente un domingo por la mañana, cuando hasta el niño y la niña se habían ido con sus padres a la misa y luego no sé a qué cosa que llaman Los Canales, se me ocurre, chico, estirar mis ocho paticas locomotoras y limpiar mis sucias macanas llenas de mierda en un riachuelo dejado por un grifo mal cerrado...
De pronto veo al sujeto. Un perrazo bestial, entrando al patio. Bravo, el perro que me advirtió Raticio. Pero no estaba interesado en mí. Lo que me preocupó más, porque SE DIRIGÍA PELIGROSAMENTE HACIA MI CUEVA. Empezó a olerla (como que sabía que era nueva y nunca antes la había visto), luego empezó a dar vueltas alrededor de ellas y...
-"¡Espero que este coño no haga lo que creo que va a hacer!"
¡NNNOOOOOOOOOO!!!!!!
No fue uno, sino dos rolos de pura mierda tapando mi pobre cueva que me tardó no sé cuántas horas construir...
¡Coño e su madre ese perro! ¡Lo voy a joder!
Arrecho, volví a la cueva. No sin antes volverme a llenar el caparazón y las pinzas recién lavaditas, todo otra vez de mierda.
Mierda...mierda...mierda... ¡MIERDA!
De tanto que la repito, ya le pierdo el sentido...
Eso se repitió toda semana...el lunes, el martes, el miércoles, ....
Pero un jueves, ya medio arrecho y con ganas de matar a alguien, me decidí a hacer algo al respecto: pedirle consejos a Raticio.
Le hice una visita al patio trasero, donde juegan los niños. Y en donde precisamente, Raticio vive también:
-"¿Se cagó, en tu cueva? ¡Coño, cangri, qué vaina! Pero tranquilo que tengo la respuesta: una vez le hice una maña. En cierta ocasión que tenía su hocico en la cueva, le mordí la naríz. Más nunca se le ocurrió hacer esa vaina en mi cueva. Todavía creo que tiene las dos marcas de mis dientes en la punta..."
Le agarré la idea a Raticio. Esa tarde volví, carajo, con unas macanas bien afiladas (nada como dos piedras lisas para que queden como un puñal) a mi cueva. Claro, como siempre, la cueva la volví a encontrar con el mismo número de mojones que todos los días: dos y bien grandes.
Pero no me importó. Limpié la cueva como siempre, entré y esperé al día siguiente...
Y en efecto el perro, como a eso de las nueve de la mañana, volvió. Estaba a punto ya de hacerse cuando de pronto, al verle las dos nachas, salí, nojoda, y...
¡CCCHHHHHAAAAAAAZZZZZ!!!
Volaron las palomas, hirvió una cafetera, el trencito del niño en la sala sonó, el reloj de pedestal en el pasillo sonó marcando las nueve...y por el corredor salió corriendo un perro chillando en dirección a la sala...
Blandiendo todavía triunfante mi macana y sin ningún pedacito de mierda encima, carajo, salí y le grité:
-"¡Y AGRADECE QUE SÓLO FUE UNA NALGA QUE TE PINCHÉ, MALDITO PERRO EL CARAJO!, ¡COMO TE VUELVA A VER POR AQUÍ, TE DEJO SIN BOLAS, PEDAZO DE MAMA·$·/·/$·%$!!!"
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